corazón de luna

miércoles, 22 de octubre de 2014

Delirios.

-Déjame ser quien te haga creer en el azar- dije, como promesa de "algo" único, fue quizás mi repentina aparición, caótica como suele suceder, lo que te sugirió aceptar mis pretensiones. 

Debo traer un letrero en la frente, lo sé porque así lo siento, pesado, con una advertencia en mayúsculas, un letrero que al parecer sólo yo puedo ver... sin embargo es mi obligación decir lo que en él viene inscrito: "ADVERTENCIA: Esta niña viene con instructivo cifrado en metáforas. Hágase uso responsable del lenguaje." Y ahora dudo, ¿es que no lo ven, o es que no lo atienden? 

Verás, tengo una manía tremenda: imaginar. No siempre es lo mejor. En mi vida nada sigue una línea recta y los caminos tienen tantas vertientes como segundos tienen los días. No, no es lo mejor, pero te confieso algo: Me encanta.

¿Cuántos retazos pueden generar una escena completa? Encuentros de tres segundos en el corredor del colegio, cinco minutos en el asiento opuesto del transporte, dos más en alguna calle, bastan para pensar qué espera, quién le espera, qué escucha, qué lee, qué tararea con esa insistente sonrisa dibujada… "seguro llegará a casa, mirará las paredes que lo rodean y de pronto le invadirá una soledad tremenda, soledad que será distraída por un par de canciones en su reproductor, por la llegada de un viejo conocido…" una voz sugiere un rostro, un par de ojos unos labios, un gesto se transforma de pronto en una conversación (que es llevada a cabo como monólogo entre mis propias alucinaciones, claro está) y de esa forma, las historias se hacen cada vez mayores. Cuántas las realidades que puedes crear a partir de aquello que ignoras. Hacerlo me genera un millar de emociones: desconcierto, desilusión, desencanto, pasión, misterio, necedad, enamoramiento, incluso una profunda carcajada cuando descubro que nada de lo que he imaginado es cierto, creyéndome tan tonta por armar fortalezas de palabras que se esfuman tal como llegaron… repentinamente.

Hay días en que esas palabras se acumulan entre mis dedos, mis ojos, mis labios, mi garganta -cada una de mis células inundadas- mi pecho, mis piernas, mi estómago, mi sexo. 


Los cuadernos se vuelven aliados, pequeños salvavidas en medio del oasis, y las líneas cimiento de historias; pero cuando imaginar es más fuerte que eso, nada me detiene; comienzo a dedicar palabras, (y es que acá, en el papel blanco, existe destinatario pero rara vez regresan a mí con remitente, porque su aliento no es de carta, o al menos esa ha sido la idea que mis hemisferios cerebrales se han instalado para protegerme de los golpes)...

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