corazón de luna

miércoles, 9 de abril de 2014

Vigilante.

Mis dedos no encuentran motivos para moverse, pienso que, confundidos, no saben para dónde ir; derecha, izquierda, abajo, buscando las teclas pues no es hoy el lápiz quien las abriga.

El sol yace en el primer cuarto del cielo y mientras la voz de Silvio intenta hacer silente los ruidos de los autos y el despertar de los edificios, el pavimento comienza a calentar el andar de todos, todos los que corren de prisa a su deber… ¿cuántos de ellos conscientes de la distancia que recorren, cuántos más del viento que golpea su rostro? fresco, anunciando con desdén que están vivos.

Un trago, dos, tres; he perdido la cuenta de las veces que he llenado la taza, de un café falto de sabor, cuerpo y energía, más agua que semilla ¿por qué lo tomo entonces? la costumbre quizás, la necesidad de algo en la garganta, amargo y cálido, o quizás por la sencilla razón de quitar el frío.

La mañana tenía un tono de soledad hasta hace algunos minutos, pero de a poco va llenándose de sombras a lo lejos, de movimientos apresurados que muestran indiferencia; a esta altura del tiempo esa soledad va tiñéndose de melancolía.


Un vidrio muestra un reflejo frente a mí y reconozco, a medida que enfoco la visión, el retrato de alguien que conserva mi silueta, mi cabello, el collar negro y la mirada que de pronto se convierte en espanto por no saberme dueña de él y sobre todo por percibir claramente que una nube negra de palabras y pensamientos alborotados le revolotean al borde de la duda.

Son aquellas, distinguiéndose de entre las demás por su color, guinda como el amaranto, las que llaman mi atención, repitiendo quizás con falta de precisión una declaración hueca que no me pertenece ahora, pero en algún otro instante llenó mi corazón. El reclamo no es mi pretensión, pero si esto se convirtiera en una carta con destinatario comenzaría dando una pregunta simple: ¿tan poca importancia tuvo como para repetirla sin piedad?

Pero no, esta no es una carta, mucho menos una carta con destinatario.

...

Regresando pues al punto que llamó mi atención... su color guinda, como el cielo en ciertas tardes cuando el gran astro comienza a ir sin prisa trayendo la noche, guinda como el pigmento que llenó tantos lienzos de pintor, guida como mi calzado, guinda como el atuendo de esa mujer que sentada en la siguiente parada espera el autobús con cigarro en mano, como pensando en algo lejano e incierto...

A propósito del reflejo que describía, di cuenta de otra sombra que detrás mío también consume un café idéntico, sin sabor, sin azúcar, ni ánimos de brindar energía. A diferencia de la silueta que aún no reconozco como mía, el suyo es un retrato de expresiones finas y de mirada más atenuada, así que me siento intimidada, pues después de minutos frente a esta pantalla había olvidado que no me encontraba sola y mi monólogo en voz alta y mis cantos desesperados han tenido oídos, ojos y, sin temor a equivocarme pero también sin seguridad alguna, un par de sonrisas y miradas de desconcierto. 

Fuma, ¿espera? ¿a quién con tanta paciencia? Hasta ahora me he detenido a mirarlo con detalle y olvido, por segunda ocasión, que no estoy sola, que puede ser testigo de mi actuación y no habrá expresión que pueda disimularlo, así que tomo una determinación; fingiendo que el sol me ha molestado, cambio mi lugar para ahora mirar al objetivo de espaldas, como esperando que no note mi insistencia. De un momento a otro el día deja por completo de lado el significado de aquella palabra que usé para determinar el tono de la mañana. 

La curiosidad me mantiene insatisfecha, no puedo mantener mi mirada ajena a su presencia, mucho menos ahora que lo encuentro tan encantador...

Pasemos a describirlo, sabiendo y teniendo como advertencia que mis palabras saldrán de mi visión contaminada ya por el encanto.

Viste un suéter negro como mi collar y debajo de él se asoma una camisa azul de tono claro como el color que el cielo destila a medio día; con más atención observo que la camisa no es lisa sino llena de líneas en un tono levemente más oscuro intercaladas con blanco que marcan horizonte, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha (asunto que dejaré libre para deducir), pantalón negro como el vestido del que también hago uso y zapatos que evidentemente hacen juego. 

He llegado aproximadamente a las nueve en punto de la mañana y dado que él lleva más tiempo que yo en este lugar, el abrigo que cobijaba el clima de aquellos instantes es sin duda lo  único que no va con el resto del atuendo. Una chamarra gruesa y azul, esta vez oscuro como la profundidad del mar, lleva como símbolo en el lado superior del brazo izquierdo la letra "B" rodeada por una corona de laurel del que se desprenden por debajo las iniciales de "B.X.YUAN" que no reconozco a qué, o en dado caso a quién, refieren.

Una maleta, con una trama gris en diferentes intensidades, descansa al pie de su lado inferior derecho y las siglas de "LUIS VUITTON PARIS" aparecen en el medio de ella... (a esta altura me he visto obligada a hacer una pausa para inclinarme cerca, muy cerca de él, de la maleta finalmente descrita, conectar un cable para abastecer de energía esta máquina que me permite colocar mis palabras y darme cuenta que tiemblo torpemente y sin razón aparente. Al regresar a mi asiento disimulo con un trago grande de café y río al notar que no era necesario ir hasta él pues otra fuente de energía se encontraba justo a mi lado izquierdo... "él no se ha dado cuenta, continúa" me digo y así pues, lo hago).

Su cabello es corto, levemente ondulado y acomodado hacia atrás, por lo que se mantiene sin movimiento alguno. Entonces sé que no es tan joven como imaginaba, quizás está por llegar a los cuarenta años y a pesar de su mirada infantil, llena de ingenuidad, se hace evidente que la edad ha dejado espacios, cubiertos aún por el demás cabello, pero incipiente.

Cabe aclarar que el tiempo en que usted, lector, hace vívida la descripción y el tiempo real en que ocurre el relato no es el mismo, hay instantes amplios en que mis dedos se detienen por completo para simplemente admirar, quizás tal vez, para imaginar que soy yo quien sentada ahí, junto a él, comparte conversación, cigarro y el calor de la bebida (silencios que evidentemente sólo podrían ser denotados con un suspiro, una página en blanco o una separación de capítulos)...

Él también tiene una máquina delante, por lo que puedo determinar en qué trabaja y cómo se llama su compañía, (información que quedará registrada sólo en mi memoria por dejarlo más a la deriva, si es que quisieran comprobar la veracidad del sujeto). 

Una bocanada de humo me recuerda el número de cigarrillos que lleva: cuatro hasta el momento; ¿Su voz? delicada y toma café sin azúcar, lo sé porque lo ha pedido hace tres segundos. Entonces sonrío al tiempo que devuelve una mirada hacia mí y contrarresta mi repentina complicidad. 

Si no hubiese tomado en principio la determinación de esconderme a espaldas de quien ahora resulta víctima, probablemente ya habría partido sintiéndose atemorizado de la precisión con que grabo en mi mente la forma de sus labios delgados, su rostro alargado y perfectamente alineado, esa ligera curva al final de sus ojos, pero sobre todo, la forma en que abre en distancia mínima la boca e ingresa en ella una buena cantidad de humo, humo blanco y su mirada se hace aún más tenue en expresión evasiva al que se le escapa por el extremo opuesto, para devolverlo en el aire después de segundos eternos, cambiando la expresión a una de placer, como si fuesen sus inquietudes las que escaparan desde el interior.

Después de cinco horas de mantenerme alerta a sus movimientos, ya no parece un extraño, ni una coincidencia que se hallara testificando mis delirios matutinos... puede partir tranquilo. Su figura frágil y esbelta se pone en manifiesto cuando se levanta y sin prisa alguna comienza a ordenar sus pertenencias, pone fin a la base de datos donde se encuentran un sin número de nombres desconocidos, en la que ha estado trabajando gran parte del día y lo último que muestra ante mí, en el acto repentino de voltear para cargar aquella chamarra de azul profundo, son un par de gafas del tono de nuestras bebidas sin sabor y una sonrisa que me deja en claro: en este juego han sido dos los protagonistas y sin duda la palabra que calificó la mañana ya no tiene lugar. 

...

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